¿Cómo encontrar a Fernando Fernández? Era buscar una aguja en el pajar, en la cárcel aprendió como esconderse, sumergirse según la jerga delictual.
Nuevas preguntas a la viuda, cuáles eran los amigos íntimos; obtuvieron tres nombres más: uno dueño de un supermercado, el otro tenía una empresa conservera y el tercero una discoteque famosa.
Investigados, nada extraordinario con el primero, tampoco con el segundo.
—Jefe, la discoteque de Juan Azocar, uno de los amigos sobrevivientes, es una muy conocida… —Carrados estaba ensimismado en sus pensamientos— Yo he estado allí… divirtiéndome, es un buen lugar El Laberinto.
—¿Qué...? —miró a su ayudante con sorpresa y alegría— ¡Repítame el nombre, por favor!
El joven le dijo: Laberinto y Carrados lo tomó del brazo, con cara de asombro corría al lado de su Jefe. La patrullera y su conductor listos, salieron raudos.
—Señor González, pida apoyo y que llamen al dueño de la discoteque Laberinto, que vayan colegas y lo protejan.
—C12 a Central, por instrucciones del Inspector Carrados, urgente ir a… —largó toda la información por la radio.
—Estamos cerca, apure colega —el conductor asintió e hizo funcionar la sirena y la baliza.
No había nadie de refuerzo. Precipitadamente entraron empujando al portero, quien protestó en todos los tonos, no muy amigable. Pasaron por el medio de la solitaria pista de baile y corrieron a la oficina.
Un mozo de pelo cano vestido con su chaqueta blanca, portando una bandeja con un trago se aprestaba a entrar; los miró asombrado.
—¿Qué pasa, caballero?
Le mostraron la placa policial.
—Policía, cálmese, su patrón está en peligro y… —al ingresar sorpresivamente al interior vieron a Juan Azocar en su escritorio con sus 55 años, mirada interrogante; el Inspector no alcanzó a transponer la puerta.
—¡Diantre! El mozo canoso… corra, señor González.